Varias de las ideas que compartimos hace un par de semanas en el texto El hip hop, una cultura política de acontecimientos tomaron vuelo. Algunas a toda velocidad y altura y otras sumando un capítulo.
Como anexos breves, la gran noticia de esta semana es la firma de Freddie Gibbs con Warner. “Es la oportunidad de pelear en las grandes ligas y mano a mano con los mejores raperos, porque eso soy”: y sí, eso es, y nos encanta el goce entre laureles más que merecidos y una coronación que acompañará con justicia económica a la justicia poética. Y como bien sabe el horizonte californiano, para los indomables, el cielo es el límite. Alla va, entonces, la Cebra que hace unos días cumplió 38 años.
Entre los lanzamientos esperados y no sorpresivos, como esos que trajo la semana entre lanzallamas, el más aplaudido desde la expectativa y por las colaboraciones que incluye era el de Teyana Taylor: The Album. Ya el nombre delata la pretenciosidad que es habitual en la artista multifacética, y si bien puede cumplir las expectativas promedio, hay que tenerle paciencia.
The Album es innecesariamente extenso, y no porque dure una hora y diecisiete minutos, sino porque por momentos pierde solidez y cae en derivas difíciles de remontar sino fuera por algunos detalles y pasajes que se pueden ir rescatando. Es esa misma cosa pretenciosa la que lo condena. Gloriosa la colaboración de Erykah Badu en Lowkey, y también la de Kehlani, que siempre es salvaje y generosa a la hora de aportar a proyectos ajenos, aunque no puede salvar ese golpe bajo que es Morning. El manifiesto de Ms. Lauryn Hill en We Got Love, el tema que mejor se enciende y que tiene un video afrocentrista que logra encenderlo aún más, es para enmarcar. Boomin y How You Want It son las dos expresiones más contundentes del barroquismo en el que el disco se enlaberinta sin saber cómo salir. Come Back To Me, con Junie y Rick Ross, es tal vez la cima más fresca de un disco brumoso, el problema es que justo empieza por ahí.
Compton, Compton, ain’t no city quite like mine
El domingo 7 de junio se realizó en Compton una caminata por la paz y antes de terminar la tarde ya circulaban las fotos de Kendrick Lamar junto a varios de su círculo íntimo, junto al team TDE y las que fueron las imágenes más significativas junto a DeMar DeRozan y Russell Westbrook, quienes marcaron el tono de la marcha y levantaron, además del puño, el volumen tomando el micrófono.
Hasta ahí todo perfecto, incluso con el rol que elige jugar Kendrick, quien a pesar de la demanda de colegas y de varios sectores de la comunidad, eligió caminar a la par y perderse en la multitud en silencio. Sin declaraciones, sin lanzamientos, sin comunicados de ningún tipo, salvo por una postal que sacó TDE, también para ese mismo momento, y que ya sonaba inevitablemente rancia. Porque no se puede perder de vista que, tanto esas fotos como esas palabras generalizadas y grupales, sin más firma que TDE, llegaron dos semanas después de que comenzarán los acontecimientos, acontecimientos que movieron mil veces la aguja de la agenda y del sentido, por lo que, antes de decir palabras comodines, era mejor continuar en un silencio que es por demás posible.
Pero para hilar aún más fino, esas dos semanas hubo demasiado ruido, porque el silencio no implica mudez. Así que vimos a diario a su mesa chica salir una y otra vez a remarcar que Kendrick siempre había estado y lo mucho que además ya llevaba hecho. Esas actitudes no hacían más que reforzar una ausencia que inevitablemente tensionaba cuerdas externas pero también internas. El mismo Reason reclamaba a los artistas consagrados que usen su poder en sintonía con un espíritu comunitario histórico que gira alrededor de devolverle a la comunidad lo que la comunidad dio. Y esto tiene raíces profundas, porque prácticamente no hay ningún afroamericano que haya triunfado directamente en el mundo blanco; antes, siempre lo sostuvieron los propios y fue desde ese sostén que se rompieron las barreras de una segregación que sigue funcionando con sutilezas.
Es desde esa tradición histórica y organizativa que las voces pedían por Kendrick. No por capricho, no por exigencias ni porque sea obligatorio. El que se queda en esa superficie no está viendo o ignora, o elige ignorar, una estructura social y dónde se sitúan los que ganan representatividad comunitaria. Sobran ejemplos a lo largo de la historia cultural, artistas, escritores, músicos. Nada más emblemático que una Nina Simone o un James Brown volando a los lugares de los hechos para evitar, con música y/o discursos, masacres mayores en las revueltas. O también, al contrario, un Eazy E prendiendo fuego todo lo que se cruzaba a su paso en LA 92.

DeMar Derozan & Kendrick Lamar en Compton
Pareciera que, además de no comprender como funciona el ideario comunitario afroamericano, no se entiende la magnitud del momento bisagra que se está viviendo. Participantes de foros y demás seguidores de redes sociales, notablemente blancos, de clases acomodadas, o mínimamente a salvo, tomaron la foto de Kendrick y salieron a torear incitando que se le den las debidas disculpas. Lo cínico, y no por eso menos trágico, sabemos que todo cinismo lleva en sí ese germen de la falta y la incapacidad de comprensión, es que en esa acción estaban cuestionando una demanda que se legitima en los pactos sociales y culturales internos de los que poco tienen que ver y, evidentemente, poco conocen. Capítulo aparte para la fascinación y la vinculación problemática que mantienen con sus gustos, es desde ese infantilismo plástico que rebotan entre cancelaciones y adoraciones, sin permitirse mayor profundidad que un ideario lineal, existente, no vivo.
Ese mismo domingo, ya entrada la noche, Punch tampoco pudo evitar salir a pistolear los TL con un “Y, Ya lo vieron a Kendrick en la marcha?”. El tweet duró muy pocos minutos y luego fue borrado, pero duró el tiempo suficiente para caer como una confirmación de lo que se venía viendo: una energía totalmente propagandística. Si alguien no merece eso, ni nada cercano, es justamente Kendrick Lamar. Tomás Rua lo explicaba perfecto en su cuenta, “el tipo menos megalómano del planeta está siendo objeto de la fascinación de propios y de seguidores en pleno auge de manifestaciones antirracistas. Si los leyera, se pegaría un tiro”, y agregaba algo que es esencial, porque una cosa es Punch teniendo una espina atravesada, que de última es algo personal, algo que le toca, pero otra es un centenar de blancos subiéndose a un bondi que nos los deja en ningún lado y que vuelve a remarcar lo mal que se ha bajado el hip hop a Argentina, un país que tantos conflictos tiene a la hora de leer lo racial, “en la devoción o revanchismo que despierta la foto de Kendrick en Compton”, redondea Tomás, “también te das cuenta a quién realmente le interesa lo que él visibiliza y relata o a quienes le interesa en tanto y en cuanto a partir de él como figura, ni siquiera él como activista, con todo lo que implica cada rol”. En definitiva, es bastante pretencioso y generoso decir que en este país se consume hip hop, cuando lo que hay es más bien un consumismo blanco de rap. Y para hilar aún más fino, hablar de consumo y no de cultura hip hop también es una pauta.
Kendrick quiso ocupar un lugar de liderazgo, literalmente expresó su deseo de ser vocero de su comunidad. Lo buscó emulando la imagen del rapero más radical de todos los tiempos, no cualquier rapero, al rapero que cuando veía un caso de brutalidad policial, se bajaba del auto y disparaba. Eso es Tupac, ese vacío dejó y esa representación tiene para la comunidad. Y eso quedó claro estas semanas en las que continuamente se lo vivió en presente y con una añoranza extrema, en el que prácticamente todos terminaban en lo mismo: nadie es Tupac. Y eso también era un mensaje para Kendrick. Y no se trata de ingratitud ni de expectativa, es un diálogo que él mismo abrió cuando contó que Shakur se le aparecía en sueños y le pedía que continuara su legado. Y lo logró, y también no se sintió cómodo. Vaya a saber qué esperaba de ese lugar a ocupar, o qué imaginaba. O simplemente, cuando nacieron las contradicciones con su también nuevo escenario económico, no pudo resolverlas. . DAMN refleja esos miedos. Y todo es válido, todo está bien.
Está claro que Kendrick no quiere tener el mismo final de Tupac y eso nadie puede discutírselo. Nadie quiere ese final para ningún negro más. Pero así como él puede correrse o buscar nuevas posiciones, que seguramente la cosa venga más por este lado, las personas que le dieron ese poder también pueden sentirse heridas e incluso ser comprensivas. No están ofendiéndose porque no hizo tal tema en un recital, ni por una polémica de romance escandaloso. Lo que está en juego es un genocidio, no el aura de tu ídolo de póster pegado en la pared de tu pieza.
Por eso es tan importante reconocer las sutiles diferencias entre la apreciación, la sobreactuación y la apropiación de otra cultura, para no encontrarse uno en el patético papel del “afroamericansplaining”, de mínima. Un rapero no es un Thom Yorke ni una Britney Spears, y la mayoría de los raperos y raperas siguen viviendo cerca de los barrios populares donde crecieron y tienen a la mayoría de sus familias y amistades todavía en los márgenes. Escuchen más las letras en vez de buscar sampleos, miren los videos, léanlos en las redes, busquen buenas entrevistas, por lo general en radios barriales de allá, busquen periodistas e investigadores que estén en las calles con ellos, no chicos blancos en oficinas en Manhattan o cumpliendo el sueño del crítico freelanceando en Chicago, y quemen las revistas multinacionales si quieren saber un poco mejor cómo funciona la cosa y al menos opinar con algo de respeto. Como definió tan bien @HalfAtlanta: «El hip hop en su forma definitiva es un ejercicio sociopolítico».
La chica del momento con la cabeza en el momento
Noname, muy en tono con su forma de habitar las redes, pero también con su forma de encarar la carrera y los vínculos de contención cultural que ya desde hace tiempo viene construyendo, fue una de las que se sumó a las demandas a las grandes figuras para que usen su lugar, su voz, su poderío económico, su lugar social a favor de la ola de protestas.
Apenas habían empezado las manifestaciones cuando la chica de Chicago, instalada desde hace ya tiempo en Los Ángeles, puso el grito en el cielo apuntando a dos estrellas: una era Kendrick, la otra era J Cole. A las pocas horas se lo vio al de Carolina del Norte en las calles, con una remera de Tupac, y esa presencia se sostuvo a través de los días y también articulando con diferentes organizadores de su zona. Noname borró ese primer tweet, pero luego siguió remarcando ausencias y se mostró muy activa intercambiando mensajes con todos los raperos que estaban en las calles, sobre todo del lado oeste. Los cruces con Kehlani buscando organizar y atacando a las discográficos fueron realmente inteligentes y encantadores.
Cuando apareció la foto de Kendrick, la manada, sin ningún tipo de lectura más que el abanderarse en una foto, se le fue encima aprovechando para derrapar misoginia. Ah, las redes, ese lugar donde se genera una verticalidad en la que todos se dicen especialistas, confundiéndose con su fanatismo o su afición, pero aun siendo especialistas, como dice el escritor Juan José Becerra, se confirman como “estúpidos que hablan de un solo tema y lo hacen mal”.
La misoginia que manejan los seguidores del rap, los periodistas musicales y los aficionados a algún artista en particular, algunos más solapadamente, otros incluso hablando en lenguaje inclusivo, hace que los mismísimos raperos parezcan Simone de Beauvoir al lado de ellos. Lo extraño es que pocos campos son más democratizadores que el hip hop, que responde a una estructura interseccional por naturaleza, de manera inescapable, y donde la mujer ha estado desde sus inicios marcando su propia agenda, aun con sacrificio. Pero una vez más, se quedan en la superficie sin siquiera repensar el escenario que la contiene. [De todo esto hablamos acá]. “Para mí siempre estuvo claro que el problema no era de nosotros, era de los productores y de las revistas”, dijo en alguna entrevista Method Man cuando sorprendió al periodista nombrando, entre sus artistas favoritos, a una mayoría de mujeres, a lo que el periodista atinó a decir que esa respuesta iba muy de la mano con la mirada de género actual, sin importarle que entre las referidas haya citado a artistas de los 80 y 90. El demagogo ve a todos de su condición.

J Cole en las calles de Fayetteville
Volviendo a Noname, pasaron las semanas, el propagandismo al que se embarcaron los fans de Kendrick Lamar se calmó, pero J Cole sacó un tema, Snow On Tha Bluff. Un tema complejo, conmovedor, hermoso, en el que cada rima se siente verdaderamente genuina y lastimosa. Más aún, asfixiada. Y esa es la representación del trauma y la incapacidad propia del hombre negro frente a un escenario que lo tiene como objetivo. En el medio de todas estas sensaciones, J Cole ensaya respuestas a esa demanda de Noname. Y el tema cae tan oportuno o tan inoportunamente según con la parte que elijamos, pero en las redes obviamente lo que prendió fue esa referencia a su colega, y rápidamente los medios se hicieron eco y la bola de nieve fue creciendo.
Snow On Tha Bluff cayó el martes, dos días después de que apareciera el cuerpo de Oluwatoyin Salau, referente de BLM, quien había denunciado hace dos semanas a su abusador. Esas 48 horas, y aun hasta hoy, las redes y las calles redireccionaron el tono de las protestas que hasta acá venían concentradas primero en el hombre negro, los últimos días le dieron notable relevancia, también a fuerza de una seguidilla de asesinatos, a las consignas de la comunidad trans, y ahora habían llegado a la situación de la mujer negra. Nadie más oprimido, nadie más en peligro y nadie más abandonado que la mujer negra, ya lo decía Malcolm X. La mujer negra enfrenta los conflictos de clase y de raza atravesados por los de género, los cuales la empujan a quedar frente al mundo blanco y mundo negro casi en perfecta soledad, porque tampoco cuenta con las mujeres blancas. Y sin embargo, hermanadas, las mujeres negras siempre están en primera línea, siempre aparecen siendo espalda de los hombres negros.
La primera reacción de Noname fue advertir que ella también quería rapear. Al día siguiente, producida ni más ni menos que por Madlib, compartió Song 33: un descargo de un minuto diez segundos que le alcanzan para reacomodar todas las fichas del debate. Y en ese movimiento magistral que ejerce sucede algo hermoso: nos invita a todos a presenciar un cruce que supera todo lo visto hasta acá en términos de enfrentamientos, si se quisiera hablar así, porque en realidad no están peleando. Ambos discuten sobre la coyuntura desde sus lugares, sus formaciones y, sobre todo, siendo muy leales a sus propios procesos.
J Cole, que se vio embestido hasta por artistas de Dreamville, siendo la más elocuente Ari Lennox, tuvo que recurrir a las redes para explicar lo que no es necesario si lo leemos con honestidad, pero sabemos que la indignación corre más rápido que el sentarse a problematizar un sentimiento que, aunque no sea políticamente oportuno, se siente genuino. En una serie de tuits por demás valiosos y confesionales, le reconoce a Noname el lugar que se merece: es una voz incomoda y es lo que se necesita ahora, dice. Ella, con una inteligencia brutal, toma el guante de lo que días atrás el partido Pantera Negra le pedía a la nueva generación, sin ir más lejos fue de las pocas, sino la única, que compartió la carta, y a pura lucidez y participación consciente le tira toda la agenda en la cara. Pero hay un detalle no menor que también explica el lucimiento, lo superior que es la reacción de la rapera: lo que busca Noname es sacudir, estaba lista para este momento, independientemente del momento en sí, así que revictimizarla porque alguien la busca en un tema es restarle poder a su voz. Ambos están muy por encima del debate que se propuso en las redes limitándolo a una cuestión llana de machismo, incluso cuando sí lo es, pero él mismo lo está exponiendo para problematizar, no para provocar y ser llevado al linchamiento virtual al que se lo llevó. Y si quieren perfeccionar simbolismos, en una semana donde también aparecieron cuatro hombres colgados de árboles.

Noname por Chantal Anderson
Por suerte, los protagonistas por algo son protagonistas y no mero observadores ni divulgadores de humo. J Cole compartió en su cuenta Song 33. Y leyendo atentamente cada letra, hay algo que ambos, con las diferencias válidas, en el fondo saben como innegociable: no pueden ser carne de cañón de nadie, menos ahora. Y en definitiva, los dos hablan de la misma lucha de supervivencia propia y de sus hermanos y hermanas. En un momento de quiebre, la cultura goza de buena salud y no es poca cosa. Ojalá todos nos prestemos a aprender lo que haya que aprender para poder estar a la altura. Porque también nos toca, desde nuestros lugares y roles, mantener la sensibilidad iluminada para no ser arrebatados por el fulgor del cinismo y sí diferenciar cuando un momento está siendo bisagra, está siendo relevante, está marcando un escenario histórico. Tal vez esto sea todo lo que nos queda.
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