Arquitectos de estrellas

Manifest, esa carta maestra de presentación de Gang Starr, edifica su sonido sobre bases de Big Daddy Kane, Joe Tex, James Brown, Charlie Parker y Miles Davis. Entre rimas que asumen el desafío, con la misma sensibilidad histórica y cultural que sostendrían a lo largo de los años, el lanzamiento se corona con un video que evoca los encuentros del Islam, lo que obliga a DJ Premier a lucir trajeado y muestra a un Gurú que sorprende en su parecido con Malcolm X, a quien representa con gracia. Para más, justo en el umbral de la última década que pondría en valor a los b-boys, antes de ser desplazados por las coreografías ostentosas y armadas matemáticamente, tan lejos del espíritu original, en Manifest se baila desde los márgenes y sobre las ruinas neoyorkinas, y también para burlar la solemnidad.

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Fue a mitad de 1989 que No More Mr. Nice Guy, el álbum debut de Gang Starr que incluye Manifest, vio la luz. El dúo venía hace años compartiendo pistas y tenía en común mucho más que una búsqueda creativa. La unión de Dj Premier y Guru establece desde el primer momento nuevas condiciones de escucha, una escucha que exigirá observación y entendimiento, porque es a partir de una manera cirujana de operar la música que su obra nos llega siempre bajo las muchas formas que el sentido se puede tocar y, por supuesto, rapear. Lo reforzarían en el camino juntos, pero también cuando cada uno decidió atender sus asuntos por separado, y en ambas instancias los dos fueron brújula y arquitectura del sonido que salvó a Nueva York de no perderse el tren de la “década dorada”. La paradoja, para lamento de los puristas y de las lecturas lineales, es que ninguno era neoyorkino de ley, aunque sí por adopción.

El cambio de década arrastraría conflictos sociales y económicos, de hecho, los primeros años de los 90 es que terminaría de erosionar toda la agresividad pasiva depositada sobre ciertos sectores durante la década Reagan. Mientras los 90 apenas se acomodaban y una nueva ola de terrorismo racial sacudía el país, con la obscenidad y legitimidad de las décadas más violentas del siglo, las calles volvían a prenderse fuego y los medios arengaban una crisis que terminó también por ser política y cultural. Todo este clima encontró rápidamente un canalizador, tanto para unos como para otros, siendo el hip hop el eje de la agenda. Oficialmente se lo declaraba la peor influencia para las juventudes, se quemaban discos, se habilitaba la censura y se discutía el significado de las letras, todo potenciando una narrativa racial. Del otro lado, el hip hop era el lugar para contar la historia y la actualidad, pero también para medir la vara de todo aquello que era ir en contra de la ley como método de autodefensa o instinto de supervivencia. Es en el medio de este clima caldeado que caen las últimas balas de gracia hacia el movimiento: los conflictos comerciales por los derechos de autor.

No More Mr. Nice Guy, como tantos otros álbumes de la época, quedó rehén de varias demandas. El juego debía cambiar y cambió, aunque en perspectiva, y viendo como aún hoy hay discos y bandas que no pueden salirse de aquellos contratos y/o arreglos, la lucha tendría que haber tenido una resistencia más allá de las opciones creativas que florecieron. “Pecamos de juventud”, suelen coincidir la mayoría de los artistas perjudicados en una estructura y visión de otro tiempo no muy lejano, y no tan diferente al actual, solo que en la actualidad se multiplicaron las opciones, las herramientas y, sobre todo, hay dinero y voluntades de negociación porque ya no hay dudas que el hip hop da aún más dinero.

Volviendo al suspiro final de los 80 y al nacimiento de los 90, desde la Costa Este, DJ Premier, Large Professor y Pete Rock fueron algunos de los principales comandantes del nuevo rumbo que tomaría la producción. Solo se seguiría coqueteando, componiendo diálogos o jugando al rompecabezas con los temas a los cuales se podían acceder a los derechos, y lo demás sería una desconfiguración total de las muestras a las cuales, por diferentes motivos, no se podían acceder. Acá se abre otra trampa de esos tiempos ardientes y resentidos, por no decir estigmatizantes y racistas: el solo indicio de artistas buscando determinados temas ya generaba litigios lo suficientemente molestos como para revalorizar esos derechos y que los arreglos económicos se adaptasen a los ánimos del día. O sea, los que ponían el grito en el cielo y exigían legalidad fueron los mismos que luego especularían rompiendo todos los límites de cualquier arreglo legal posible.

Janette Beckman

Foto de Janette Beckman

Es desde este laberinto de obstáculos lo que, en cierta medida, empuja la gran fuerza distintiva de la década, en la que a pesar del crecimiento potencial del hip hop y su nivel soberano, nunca la tuvo fácil. Claro que todavía no se sabía que la historia recordaría los 90 como la “época dorada”, pero es bajo esta extremidad que los protagonistas encuentran la clave para llevar al hip hop a un estado de arte, un estado que se compone y se funda a partir del trabajo que hacen los protagonistas a lo largo y ancho de los cuatro puntos cardinales. Si ya no alcanzaba con saber mucho de música ni con tener la mejor colección de discos, si ni siquiera te salvaba contar con el dinero y la voluntad para comprar derechos, lo que se necesitaba era una disposición creativa superior y un instinto animal, por fuera de toda domesticación y lugar común. Así se reformula el tipo de productor que la escena necesitaría para sobrevivir, apelando a un sexto sentido y evocando el hambre de un inventor.

Step In The Arena es el segundo disco de Gang Starr. Fue lanzado en 1991 y el impacto fue inmediato. Un impacto que le termina de dar estructura a lo que ya venía palpitándose con De La Soul y A Tribe Called Quest, pero con el dúo se empieza a nombrar con todas las letras y firma su certificado de existencia en 1992 con el tercer disco en la calle, esa obra maestra que es Daily Operation, y un año más tarde se hace vox populi con Jazzmatazz, Vol. 1, el primer disco solista de Guru, el que lo bendice como padre del “jazz rap”. Y sí, de eso estábamos hablando: al fin, a toda luz y orquesta, la escena hip hop y el jazz oficializan una relación musical predestinada.

Es justamente en Daily Operation que DJ Premier corre tanto los límites terrenales que llega a tocar el cielo, se llena las manos y baja a sus bandejas para seguir produciendo una historia a la que no le faltará nunca el reconocimiento de su don. Y es bajo un doble logro que su técnica definitivamente alcanza el mote de lo extraordinario. Por un lado, bajo el aura de Illmatic, con ese teclado que -más que acompañar la voz de Nas- marca la pulsión de N.Y. State of Mind y lo hace himno, y por otro, con Hard To Earn, cuarto disco de Gang Starr, un gozadero absoluto de bases y flow, la madurez definitiva del dúo enmarcada en el año clímax del hip hop.

DJ Premier encuentra su superpoder desmantelando muestras, desnudándolas, despojándolas capa a capa hasta llegar por separado a cada uno de los instrumentos y sonidos que la componen. Eso es solo el puntapié de un proceso que lo ve transformarse de destripador a escultor, una y otra vez. Y a esta altura, promediando los 90, la ciudad que lo recibió en pleno apagón de 1977, cuando la familia dejó atrás Texas para instalarse en Brooklyn, no le escatimó gloria. Para varias generaciones y en varios capítulos de historia, nada será más NY que el sonido de Premier.

DJ Premier, Q-Tip, Nas, and Large Professor (1994)

Foto de Lisa Leone

Pero es imposible evitar el curso natural de las cosas, ese que nos advierte que a todo clímax lo suceden mesetas, trampas, caídas y el ansia justa para un nuevo renacer.

Si bien las tragedias de la década son fundamentales para entender los vaivenes y las particularidades que enfrentaron los diferentes artistas en la antesala al nuevo siglo, no podemos quedarnos ahí. Si los 90 empezaron con conflictos externos que repercutían a lo largo y ancho del hip hop, la segunda mitad se caracterizó por un alto nivel de conflicto a la inversa, interior, de raíz, que en todo caso se dejó calentar aún más por un afuera.

En ese andar y desandar, Gang Starr, que siempre se había mantenido como una burbuja ajena a la dinámica coyuntural, empezó a sucumbir. Mientras las carreras individuales empezaron a pedir más de cada uno, lo que dio lugar a que el trabajo en conjunto se demore, se generó la suficiente distancia para que empiecen los desencuentros personales. Así y todo, como una prueba de fe y con la confianza que aún quedaba, dieron una joyita más a la década que los vio convertirse en conquistadores y en 1998 lanzaron el ya clásico Moment Of Truth, con más participación de los afiliados al dúo y más colaboraciones de lo habitual, entre las que se destacan Inspectah Deck y Scarface.

Si los 4 años que pasaron entre los últimos dos discos habían habilitado entredichos, y dejando de lado el álbum compilatorio Full Clip: A Decade of Gang Starr de 1999, no hay mucho que agregar si decimos que recién en el 2003 volvieron al ruedo.

Raymond Boyd

Foto de Raymond Boyd

The Ownerz, que es producto más de la ansiedad contractual que de la deseante, definitivamente es el trabajo más flojo, sobre todo por lo que uno ya sabe lo que pueden hacer ciertos nombres. Si bien no llega a ser un disco malo, quedó demasiado atado y marcado por un contexto tirano y tirante, pero también por la poca comprensión del nuevo tiempo y el lugar que ellos ocuparían o lo que podrían ofrecer. Así, The Ownerz aporta más ruido a las alarmas que ya venían sonando para los históricos. No solo se trataba de un nuevo milenio, se destapaban nuevos niveles de globalización y tecnología, había un nuevo mercado y, consecuente y principalmente, un nuevo público y una nueva manera de ser público.

Igualmente, con el diario del lunes, todo esto queda minimizado una vez confirmado que la relación entre Guru y Premier estaba tan rota que incluso terminaría en vías legales. En realidad, lo que estaba verdaderamente mal era Guru. Hacía años que la adicción al alcohol se había vuelto amenazante, así como también su descontento por el reconocimiento que, según él, solía caer excesivamente sobre Premier, un reconocimiento que se potenciaba por los trabajos hechos por fuera de Gang Starr.

Sin exigencias contractuales a la vista, con The Ownerz en la calle sin llegar a ser una sombra de lo que supieron lograr, Guru se une a DJ Solar, un apenas conocido que se les había acercado el último tiempo a ambos, con el que define sus futuros proyectos y la creación de una discográfica para poder ir realizándolos. En esa asociación rompe definitivamente con Premier y empieza a tener problemas con su familia.

No pasó mucho tiempo para que su salud empeorara a la par de su adicción, los problemas hepáticos se fueron multiplicando y las noticias terminaron de ser poco esperanzadoras cuando llegó la confirmación de un cáncer. Razón por la que fallecería en abril del 2010, luego de internaciones largas, haber permanecido en coma y de quedar en el medio de una polémica insólita dada su condición.

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Foto Paul Natkin

Mientras los partes médicos certificaban su situación, en sus redes sociales aparecían comunicados criticando a Premier, tratándolo de estafador y ladrón y nombrando heredero de sus derechos a Solar. La comunidad hip hop no tardó en apoyar a Premier, uno de los tipos más queridos por todos lados, y se mostraban realmente perdidos por lo que estaba sucediendo. Para más, los familiares de Guru denunciaron que Solar no solo no dejaba que ellos entren a verlo, sino que hacía meses que venían luchando para poder hablar con Guru porque sabían que estaba realmente mal. Solar se defendió mostrando una carta que supuestamente había escrito su socio, la misma que años después la justicia concluyó que era falsa: todos los estudios, las fechas y los testimonios de los médicos coincidían en que era imposible que un paciente en coma, e incluso en lo previo inmediato a caer en coma, escribiera y pudiera hilar cualquier tipo de expresión.

DJ Premier tuvo que sobornar a varios empleados del hospital para poder pasar a verlo, y no solo con dinero, fueron varios los que le pedían discos, cintas inéditas o algún objeto de culto. Una vez adentro, y con la complicidad del personal médico, se pudo despedir. Le llevó una remera de Gang Starr, con la que lo cubrió, le habló un largo rato del amor que sentía por él, «somos Gang Starr para siempre», y le prometió que se haría cargo de su familia, que nunca les faltaría nada. Y esto fue cumplido amorosa y estrictamente al punto que todos juntos se presentaron para enfrentar la ola de juicios, de la que todavía quedan varias causas pendientes, pero las más importantes no solo que las ganaron, sino que dejaron en una posición muy complicada a Solar.

Finalmente, el año pasado llegó el momento de gloria, o de “desahogo y justicia”, tal como dicen Premier y Keith Casim Elam, hijo de Guru, que tenía 9 años cuando su padre murió. A partir de uno de esos juicios lograron recuperar pistas y grabaciones. “No teníamos ninguna información concreta, pero sabíamos que había dejado material, porque Guru era del tipo de artista que era Tupac, trabajaba todo el tiempo, solo le importaba grabar y grababa a futuro, grababa por las dudas, grababa por gusto a grabar”, contó Premier. Y de ese material, “muy desordenado, muy variable, con rimas que prácticamente podrían ser una canción y con otras tantas grabaciones que son solo frases, versos, hasta palabras sueltas”, nace One Of The Best Yet, el último disco de Gang Starr, al menos por el momento, y el lanzamiento más esperado por todos, pero principalmente para ellos.

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Foto Victor Llorente

“Hay algo de libertad en todo esto. Su nombre y su voz es de una cultura, hay una obra, un legado, esto lo mantiene en su lugar y honra su recuerdo”, reflexionó Keith la semana de la presentación a la prensa. Para Premier, además, fue muy movilizante hacer un trabajo minucioso y de convivencia con todas esas voces sueltas de su eterno compañero. Fueron más de dos años y jornadas extensas, obsesivas, “estaba internado en el estudio, pero también fue una forma de curar, de cerrar heridas. Y Gang Starr merecía un buen cierre, todo lo que hicimos, al fin ahora puedo empezar a vivir todo esto desde otro lugar”. Talib Kweli, J. Cole y Q-Tip son algunos de los invitados, y también están los infaltables de toda la vida, los afiliados M.O.P., Big Shug y Jeru the Damaja.

One Of The Best Yet no solo recupera la identidad de una de las marcas más importantes de la historia del hip hop, sino que, ahora sí, tiene su lugar: alimenta a un tiempo presente al que lo lleva a comulgar con su ADN cultural. Gang Starr brilla porque ya no corre por delante de ninguna época, y no solo porque ya no lo necesita, más bien la época necesita de esta memoria emocional, de esta construcción que en esta obra se representa. No en vano el mismísimo Nas festejaba conmovido e insistentemente que estábamos siendo testigos de algo grande, pero también en clave existencial: “cuando un grupo que surgió en los 80 nos da un disco nuevo como este es porque también hay una lección que aprender”.