Si Robin Hood fue el personaje de ficción emblemático de la justicia social material, podríamos decir que Dapper Dan es uno de los apropiadores simbólicos de reducto inaccesible de los ricos. Resignificó elementos de la moda que sólo estaban en manos de la élite y se los ofreció como objeto de consumo a los desplazados de la vida real. Su mítica frase “la moda nos hará libres e iguales. Aunque por un precio, por supuesto” lo ubica en un lugar exento de ingenuidad sobre las fuerzas poderosas a las que desafiaba, pero confirma que estuvo dispuesto a pagar el precio.
Dapper Dan, nacido Daniel Day, es un sastre que en los años ochenta regenteaba un local de ropa en Harlem. La particularidad del trabajo de Dan estaba dada por dos elementos: diseñaba prendas manipulando los logos de las grandes firmas de lujo, como Gucci, Louis Vuitton y Fendi, convirtiéndose en el pionero de lo que más tarde se conoció como “logomanía”. Pero no sólo eso, sino que los destinatarios de sus creaciones fueron los integrantes de las bandas del hip-hop del momento, a la que se sumaban los pandilleros, gangsters y deportistas que transitaban el barrio.

Dapper Dan en su tienda de la calle 125. Año 1989
La tienda comenzó a funcionar en 1982 y rápidamente comenzó a circular el rumor de lo que hacía Dapper Dan en el sótano: imprimir los logos representativos de la supremacía blanca y distribuirlos en el gueto a modo de trofeo. Resignificar los símbolos del acceso exclusivo poniéndolos al alcance de los negros nacidos y criados en el barrio popular, uno de los gestos que históricamente ha despertado la irritación de los pudientes.

La mítica tienda de Harlem en los 80.
La industria de la falsificación
Durante años, el sastre mantuvo abierta su tienda durante veinticuatro horas al día, siete días a la semana, para atender la incansable demanda que llegaba al atelier de la calle 125. Los raperos LL Cool J y Rakim se convirtieron en un símbolo de la marca, pero desde los integrantes de Public Enemy hasta Salt ’N’ Pepa, pasando por la mayoría de los artistas de hip hop de la época, se vistieron con él, así como algunos gangsters del barrio a los que Dan no titubeaba en adornar, incluyendo las tapicerías de sus autos.

Rakim y una de las prendas más icónicas del hip hop

Una creación exclusiva para Mike Tyson en 1986
En la actualidad la falsificación en la moda ya no es una problemática. Ante la imposibilidad de controlar la industria de la copia, las marcas de lujo comenzaron a reformular el concepto de exclusividad. Hoy, las marcas más deseadas por las nuevas generaciones han volanteado hacia nuevas zonas de accesibilidad, que tienen menos que ver con el precio de la prenda que con las ediciones limitadas, los puntos de venta y las colecciones cápsulas. Algunas marcas, incluso, juegan con la parodia de la copia a través de sus diseños. Vetements, por ejemplo, la marca millenial fundada por Demna Gvasaglia, ha hecho de las remeras de empresas -como la que lleva impresa el logo de DHL- un símbolo de estilo. Off-White ha hecho una campaña gráfica en donde se ve a una joven que compra una cartera de la marca a un mantero que tiene varios modelos sobre una lona en la vereda.
Pero en los años ochenta la indignación por la falsificación estaba en su apogeo, lo que revaloriza el gesto de acercar una versión creativa y desacralizada del lujo a los marginados en la fiesta para unos pocos que es el acceso al consumo. El final, por aquel entonces, parecía cantado: debido a la cantidad de demandas por plagio que recibió Dapper Dan, luego de diez años volviendo locos a los magnates de la industria fashionista, debió cerrar su tienda.
El Harlem del nuevo siglo
El barrio de Harlem ha sufrido profundas transformaciones desde que el sastre desapareció de la escena pública. El periodista Rafa Rodríguez relata algunas de ellas en el diario “El País”, y afirma que Harlem ha sido “reformulado en los últimos tiempos como paraíso negro para jóvenes blancos ansiosos de una inmersión cultural afroamericana políticamente correcta”. A esta apreciación suma datos del censo neoyorquino de 2015 que revelan un aumento del 10% de la población caucásica en Central Harlem, mientras que la afrodescendiente ha caído hasta unos mínimos de los que no había noticia en casi un siglo. Sumado a que el índice de criminalidad se ha desplomado un 80% desde mediados de los noventa, el área se ha convertido en un territorio atractivo para los paladines de la especulación inmobiliaria.
Estos elementos colaboran en la explicación de la sorpresiva adoración por la figura de Dapper Dan de parte de Alessandro Michele, director creativo de Gucci, quien el año pasado comenzó a perfilar una especie de homenaje al histórico de Harlem. La marca de lujo no sólo fue sponsor para que el mítico sastre reabriera su atelier en el barrio, después de veinticinco años de clausura gracias a las demandas judiciales de las marcas plagiadas, sino que el año pasado fue invitado a diseñar la colección cápsula Gucci x Dapper Dan, y fue el protagonista de la campaña Men´s Tailoring.
Este homenaje surgió después de que usuarios de redes sociales comenzaran a señalar que Gucci había copiado a Dapper Dan cuando, en la colección crucero 2018, Michele subió a la pasarela una campera con mangas infladas de cuero, una réplica casi exacta de un diseño que el sastre había diseñado en 1989 para la atleta olímpica estadounidense Diane Dixon. Luego de los señalamientos, Gucci declaró en sus propias redes sociales que la pieza había sido efectivamente un homenaje a la historia de Dapper Dan y sus diseños. Un final, podríamos decir, con olor a justicia poética.

La campera homenajeada

Beyonce con la histórica prenda
Décadas después, Dan explora su creatividad a la luz del día, con amparo legal y la aprobación de la crema del diseño de indumentaria. Cuenta con un atelier propio, un enorme salón de más de 400 m2 repartidos en dos pisos, donde crea piezas personalizadas por encargo con el sello de la firma italiana, que es la encargada de proveer sofisticadas telas, estampados y bordados. Entre sus clientes más reconocidos se encuentran DJ Khaled, Salma Hayek y Beyoncé.
Aplausos con reservas
A pesar de que el gesto de Gucci fue bien recibido por la comunidad hiphopera, no podemos ignorar que la industria de la moda tiende a ocultar su lado oscuro: las condiciones de producción, el trabajo mal pago, la contaminación del medio ambiente y el mercado de la copia. Si bien existen marcas modernas que han decidido revalorizar las imitaciones como un gesto de humor sobre una práctica que excede sus controles, e incluso otras ponen al alcance de los consumidores las condiciones de elaboración de sus prendas para contribuir con la sustentabilidad que la industria necesita, en miles de ciudades alrededor del mundo se multiplican los vendedores ambulantes o manteros, que son perseguidos por las policías locales y maltratados bajo el supuesto respeto de la propiedad intelectual sin atender las problemáticas de inmigración y precarización laboral que afectan a cada vez más trabajadores que suelen llegar a las metrópolis de países africanos que sufren pobreza y desigualdad.
Tampoco podemos dejar de mencionar que, en este presente en donde la corrección política es una ética de vida y trabajo, las grandes marcas hacen uso y abuso de lo que se conoce como “apropiación cultural” para engordar sus bolsillos y limpiar sus conciencias. El dominador haciendo usufructo de los símbolos culturales del dominado en nada se parece al gesto irónico de Dapper Dan, un actor social que utilizó la moda como un espacio para la disputa de la colonización del imaginario, como una herramienta desde donde pensar la relación de la identidad individual con la colectiva. La pequeña rebelión del sastre, desde un espacio social minúsculo que plasmó una enorme asimetría de poder, a la luz de la historia luce enorme y vibrante como su nuevo atelier.
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