Antes del 26 de agosto pasado, cuando reapareció en los VMAs con luces y pompas, hacía catorce años que Missy Elliott no era el centro de toda la atención. Fueron muchos los rumores de su prolongada distancia de la arena pública ―siempre relacionados a las adicciones o el afamado “bloqueo del escritor”―, pero la propia Melissa Arnette Elliott fue la emisaria, a lo largo del tiempo, de dar sus argumentos. Primero, la pelea contra la enfermedad de Graves, un trastorno autoinmune que provoca hipertiroidismo con el cual fue diagnosticada en 2008, que la dejó con problemas de salud urgentes e impostergables. Y el estrés, claro, era considerado por sus médicos un gran enemigo.

Missy para Tommy Hilfiger
Para la rapera nacida en 1971 en Portsmouth, Virginia, ese motivo se sumó a uno que también consideró no trivial. Sus altos estándares de trabajo, conjugada con su ganada posición de privilegio dentro del universo de la música, se le impusieron también a los años fuera del spotlight. Fue en el año 2014 que declaró querer asegurarse de dar su 100% porque sabía que las expectativas eran altas, no sólo de parte de sus fans y de la prensa, sino de ella misma. Hacer “música de microondas” para Missy no era ni es una opción y negarse a ser parte de la máquina del entretenimiento con sus ritmos feroces solo puede ser patrimonio de artistas con verdadero talento, aquellos que ya con una obra en su haber pueden darse el lujo de tomarse un tiempo fuera.
Productora, compositora, cantante, bailarina, actriz y filántropa, la exigencia y la excelencia llevaron a Missy Elliott a la vanguardia del rap. Mucho antes de que Britney Spears nos aconsejara que si queríamos lujos “you’d better work, bitch”, y bastante antes de que Rihanna repitiera “work, work, work, work, work” en una historia triste de actualidad, Missy Elliott ya había roto todas las agujas en 2002 con su hit Work it. Parte del disco Under Construction, la canción se consagra, al día de hoy, como el sencillo más exitoso de su carrera. Compuesta por ella misma y su amigo de la infancia Timbaland, la letra no sólo hace gala de los dobles sentidos sino que pone de manifiesto la política de Missy: el trabajo como vehículo principal de poder en la mujer.
Lejos de las tesis meritócratas y de las construcciones moralistas de una parte del feminismo, lo de la señorita Elliott es de un pragmatismo puro que rinde homenaje a las mujeres de su comunidad: “chicas, chicas, agarren el cash/si es de nueve a cinco o si es moviendo el culo/sin vergüenza, señoritas, hagan lo suyo/sólo asegúrense de ir un paso adelante”. Son habituales los versos vocativos en la poesía urbana de Missy, en los que apela directamente a las mujeres y las insta a ponerse al frente de su vida para gestionar su soberanía política a través de la independencia económica. La rapera le habla a su clase ―a la clase en la que nació, a la que la vio crecer en el marco de la violencia doméstica y la violencia social en medio de guerras de pandillas― porque conoce de primera mano que los marcos teóricos y las ciencias morales se interponen a la realpolitik de la vida diaria en el camino a la dignidad trabajadora.
Desde sus comienzos en 1997, con el lanzamiento del disco Supa Dupa Fly, Missy Elliott resignificó el rol de la mujer en la escena del rap y cambió el juego para todas. Sin caer en el facilismo de la opresión y el hostigamiento, sin pecar de reaccionaria, Missy mostró que no hay nada de malo en ser parte del séquito de un gangster, ser stripper, prostituta o la crazy bitch de un sugar daddy, pero demostró también que la mujer puede tomar el espacio protagónico desde el arte. Con una imagen ajena a los parámetros de belleza de la época para una mujer de color, con remeras oversize, gorras y pantalones holgados, la rapera no se apropió del sexo y la sexualización si no a través de sus letras. Habló de sexo, de mamadas, de chupadas, de masturbación. Le rapeó a la violencia, el amor y los engaños desde la voz de la mujer y sin pedirle permiso a la corporación a la que ingresaba. Elliott es dueña de una matriz testimonial: sabe que al toro se lo toma por las astas y que hacía falta una propuesta disruptiva como la suya para intervenir y abrir un camino en la historia de la música sin la necesidad de hacer uso de las banderas de las buenas conciencias.

Foto de Micaiah Carter para Marie Claire
Además de haber recibido un premio honorario de parte de la Berklee College of Music, este año Misdemeanour se consagró como la primera rapera en recibir el MTV Michael Jackson Video Vanguard Award y en ingresar al Songwriters Hall of Fame, institución que la reconoció como “una de las artistas femeninas más significativas en la música contemporánea”.
Después de años de ceder protagonismo, de dedicarse a la producción de discos y la escritura de canciones para otros artistas, que van de Aaliyah a Beyonce y de TLC a la fallecida Whitney Houston, Missy Elliott volvió con la fuerza que vuelven las olas y las fuerzas irrefrenables de la política. Lanzó Iconology, su primer EP luego de lo que para sus fans y el mercado del rap consideraron una eternidad. Al ritmo de Throw it back, su corte difusión, la artista advierte: “Si es una competición/los avergüenzo/una chica distinta/no somos las mismas/yo crié a todas estas bebas”.
Siempre más cerca del futuro que del pasado, Missy Elliott volvió para exorcizar desde el arte los dolores y angustias de una nueva época, como una cultora del trabajo que se enfrenta al mundo dividido entre víctimas y especuladores.
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