Transitar el embarazo del primer hijo en los tempranos veinte, en un barrio popular del conurbano bonaerense; alojar el tironeo interno entre la fuerza del mandato y la del deseo e invocar a Dios o al Gauchito Gil para que el bebé nazca sano. En la compactera del equipo de música suena The Miseducation of Lauryn Hill al ritmo del lavarropas encendido; como telón de fondo el brillo del televisor encendido con el volumen muteado. El bebé patea al ritmo de Ex-Factor, cocinamos arroz con pollo mientras por la ventana que da a la calle vemos como la tierra se convierte en barro gracias a una lluvia copiosa y sostenida.
Esas son las condiciones en las que muchas de las mujeres que hoy nos acercamos a los cuarenta nos enamoramos de Lauryn Hill y de ese disco que, lanzado en 1998, antes de la revolución feminista del siglo XXI y de Beyoncé, se convertiría en el himno emocional de miles de mujeres y niñas de todo el mundo.

De la sesión de fotos para The Miseducation of Lauryn Hill por Eric Johnson
Pasaron más de veinte años del momento musical icónico que ubicaría a Hill como una verdadera rupturista de los cánones masculinos del rap y del hip hop de los noventa, que la llevaría a batir récords de ventas y ganar cinco Grammys en una noche. Antes de los mandatos de la autoestima y la empatía, de las marquesinas de la mujer empoderada y de las recetas sobre cómo evitar las relaciones tóxicas, Lauryn Hill desnudó su vulnerabilidad sobre ser mujer, negra, creyente y estar embarazada de un hijo no buscado, sobre las contradicciones del amor, el dinero y el barrio, y lo transformó en un símbolo que sólo podemos dimensionar con justicia desde el presente. En New Jersey o en un barrio del segundo cordón, en esa mala educación había algo universal para las mujeres de todo el mundo, más allá de los colores de la piel, del idioma y de la fe, Hill nos hablaba de autodeterminación pero también de la imposibilidad.
Este disco, el primero que lanzaba como solista después de haber abandonado The Fugees, la ubicó como un nuevo icono femenino de la música negra que constituía una síntesis de la representación anhelada por toda una generación: la de la mujer que puede ser sexy y creer en Dios, la que puede ser madre y sufrir por amor, la que tiene poco dinero y elige despilfarrarlo en ropa de moda, la que nació como mujer negra en una familia popular y se quiere comer el mundo. Más lejos de los mandatos del deber ser y más cerca de las contradicciones que nos habitan.
David Foster Wallace analiza en Ilustres raperos: el rap explicado a los blancos, la colección de ensayos que co-escribió con Mark Costello, los vínculos del rap con el pop, un género que le debe gran parte de su base cultural a estilos que tienen su origen en la negritud y que la cultura musical blanca tanto se esmera en ignorar. Uno de los ejemplos que elige Foster Wallace para ejemplificar esa indiferencia se vincula con la forma de escuchar canciones de rap de forma entusiasta pero cambiando la letra o reemplazando las partes “ilegibles” por un tarareo, es decir, restando valor precisamente allí donde el discurso de vuelve más reivindicativo. Las canciones con un tinte más pop fueron las que se popularizaron, así, Can´t take my eyes out of you y To Zion, el tema que escribió para su hijo en el vientre con Carlos Santana en la guitarra, sonaron en las radios hasta el hartazgo. Pero otros como Lost Ones, que comienza afirmando que es curioso cómo el dinero puede cambiar una situación, simbolizan el comienzo de la transformación del rap femenino negro de la década.

En los Grammy 1999 hizo historia en campo hostil: fue la primera artista de hip hop en ganar Mejor Álbum del Año y primera artista solista femenina en llevarse 5 premios en una noche.
La mujer que en Everything is everything afirma ser “más poderosa que dos Cleopatras” fue madre de seis hijos. Los primeros cinco nacieron fruto de su relación con Rohan Marley, hijo de Bob Marley, de quien se separó en 2011. Ese mismo año nació su sexto y último hijo, cuyo padre permanece incógnito. Su fe católica es lo que la ha llevado a negarse a practicarse abortos y a plasmar el amor a Dios en muchas de sus letras más íntimas. Sin embargo, en la navidad de 2003 brindó un show en la Ciudad del Vaticano y no perdió la oportunidad de manifestarse contra los abusos de niños por parte del clero católico y declarar que no creía en ningún Papa como representante de Dios en la tierra.
Después del éxito del disco se impuso un autoexilio. Volvió con un MTV unplugged no exento de críticas y quedó en la memoria de muchos como un caso más de one hit wonder. El 6 de mayo de 2013 fue condenada a tres meses de cárcel, más otros tres de arresto domiciliario, y a un año de libertad condicional por evasión fiscal.
En La Nación y sus otros Rita Segato afirma que «cuando un grupo minoritario lucha por su acceso a derechos por una participación en el lucro y en el poder, lo que importa no es la cantidad de riqueza o poder que se vuelve disponible para el grupo, sino hasta qué extensión eso impone un cambio en el sentido y en destino de aquel lucro o poder». Esta idea resuena cuando aparece vinculada al germen del nacimiento de una figura como Hill, en una década en la que el hip hop se consolida como una fuerza comercial potente. La época en donde los cánones se empiezan a torcer y la mujeres comienzan a forzar el cupo, en donde el gueto se canta más desde el dolor que desde la estética gangsta y el bling bling. Es el momento en que lo “africano” aparece en Estados Unidos por fuera de la relación vital con la privación material -vínculo primigenio y de sentido unidireccional- para descargar una propuesta reivindicativa de las riquezas de la identidad femenina negra contemporánea de la que no se podría volver atrás.

En el 2018, para celebrar los 20 años de The Miseducation of Lauryn Hill, además de una gira internacional, lanzó una colección cápsula junto a Woolrich y protagonizó la campaña.
Volviendo al disco, la infancia no aparece únicamente desde el punto de vista de esta maternidad temprana que abraza a Hill con miedo y esperanza, sino desde la idea de que la voz infantil es la guardiana del deseo primario. Será por eso que lo primero que se escucha cuando damos play al álbum es el sonido de una campana de escuela llamando al orden a los niños en un salón de clases, seguido por la voz de un maestro que modera una conversación sobre la naturaleza del amor. Esas reflexiones, que aparecen en los interludios a lo largo de todo el álbum, fueron grabadas en una escuela del barrio de Lauryn Hill.
El título del álbum hace referencia a The Miseducation of the Negro, una obra de 1933 en la que el autor estadounidense Carter G Woodson observa cómo los niños negros son adoctrinados en roles subordinados en las escuelas estadounidenses, y ofrece como práctica alternativa de resistencia la “autoeducación”. Desandar el sentido con el que fuimos cargando nuestros cuerpos, nuestras infancias y nuestras espaldas para edificar una identidad nueva. Hacer sonar la voz infantil para propagar el deseo. Para algunos, Dios puede colaborar en ese proceso. Para otros, la música puede ser el lugar en donde podemos encarnar la idea de que desaprender puede ser tan interesante como su reverso.
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