“Mis remordimientos se parecen a mensajes de texto que no debería enviar”. Esto es lo primero que se escucha en Come Back to Earth, tema que abre Swimming, el último disco de Mac Miller.
Lanzado el 3 de agosto de 2018, un mes antes de su muerte, parece imposible escucharlo y no sentir un aullido, un aullido que no es un habitual grito de ayuda, sino, más bien, un aullido de ansia personal, atravesado por procesos diferentes a los anteriores altibajos que el artista tuvo, y que se vuelve visiblemente sólido y palpable por la brutalidad con la que lo expone a lo largo de las trece canciones.

Swimming (2018)
Independientemente de los contextos, los pasados y los imprevistos que sucedieron a su salida, este álbum nos ofrece una de las versiones más valiosas de Miller y todo su caudal musical: un gran trabajo vocal, por demás elaborado, que se luce en diversas capas de voces alcanzando un vuelo símil góspel en pasajes inesperados, pasajes que se venían alimentando de ritmos funk y/o ráfagas bop. Su sonido completo aparece renovado, fresco, casi como una obligación de sacudir la pesadez de lo que nos está contando; las líneas de piano y la búsqueda desde los sintetizadores, sus tendencias jazzeras y esa pasión por regodearse en un hip hop más bien soft aparecen lejos de su zona cómoda.
Y esta fuerza musical que aspira a salirse del lugar en el que estuvo anteriormente es otra forma de traducir su momento de composición, por lo que podríamos hablar de un disco conceptual en el que todas las piezas están atadas por un mismo hilo anhelante: el deseo de no ahogarse y estar plenamente consciente de que para salvarse no alcanza con saber nadar. Así, las ambivalencias conviven tanto en su armonía como en su desesperación. Mientras que en Perfecto nos cuenta que está haciendo pie o en Self Care celebra estar tratándose bien, sintiéndose tan liberado, “los demonios me dejaron ir”, que logra reconocer todo el tiempo que tiene por delante, “y es un sentimiento hermoso”, en Ladders advierte que no puede simplemente tropezar, que directamente se cae y pierde el control, y luego llega Small Worlds, en donde nos confiesa su cansancio, “sí, nueve de cada diez veces me equivoco”.
Swimming es un disco confesional, íntimo y duro.

“La vida no es vida hasta que la vives” (2009)
No importa que la autopsia haya confirmado que su muerte fue accidental, la autopsia no llega a decir lo que todos ya sabemos: hay un claro caminar por la cornisa a través del uso y abuso de las drogas y el alcohol, pero, sobre todo, cuando los que guían ese caminar son los fantasmas propios que, para más, no logran separarse de los fantasmas ajenos, fantasmas que dejamos entrar a nuestro cuerpo/mente/alma vestidos de desamor incurable y que otras veces se sientan en nuestra mesa vestidos de una industria musical que patea los talones o los besa de acuerdo a sus necesidades.
No necesitábamos este trabajo para saber de la sensibilidad del rapero, para saber de su lírica cuidada y detallista, de su mirada dulce y su generosidad poética para pensar y repasar en voz alta los diferentes escenarios sociales, culturales y emocionales que lo interpelaban, tampoco para saber como su nutriente experimentación sonora iría componiendo los climas musicales justos y reconfortantes para que cada una de sus furias y temores no carezcan de un sentido real, genuino y profundo.
Mac Miller aportó belleza, piel y lucidez a pesar de vivir atormentado, y tampoco necesitábamos Swimming para saber el alto precio que paga el cuerpo y la mente por no envolverse con las mareas mainstream, pero sí necesitábamos este disco para saber que estaba lleno de culpas y que, en definitiva, esa era su verdadera lucha, no la lucha contra las drogas, el alcohol y una ex superficial, oportunista y sobreactuada, la lucha era con las culpas y la incertidumbre inevitable a la que estamos destinados cuando elegimos no perdernos en la deshumanización de la modernidad.
Siempre que un artista se muere se suele festejar que queda su obra. No siempre alcanza, no siempre sirve de consuelo y menos cuando se trata de alguien de 26 años. Pero sí es posible, como es en este caso, que ese legado valga la pena, y esto, en principio, sería entender que algunos artistas y algunas obras están ahí para que, antes de mover la cabeza, escuchemos lo que tienen para decirnos y lo pongamos en conversación con nosotros, con nuestro mundo, con este mundo.
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