Por Barb Pistoia y Tomás Rua
El poeta Fernando Menéndez supo escribir sobre Miles Davis a través de Nathan Zuckerman. En aquel texto, publicado hace unos cuantos años en Letras Libres, rescata con sensibilidad la relación del personaje con el jazz y se centra en una de las citas más bellas de la novela La mancha humana (Philip Roth, 2000): “La música que escucho después de cenar no es un alivio del silencio sino algo así como su comprobación: escuchar música durante una hora o dos cada noche no me priva del silencio, sino que la música es el silencio hecho realidad”.
Zuckerman escribe esas líneas mientras escucha Kind of Blue, el disco elegido para coronar los días que se sienten fatales para él, pero parecen estar dedicadas para componer un perfecto diálogo con las escritas por Davis en el capítulo 11 de Miles: The Autobiography (Miles Davis c/ Quincy Troupe, 1989). En esas líneas, el trompetista cuenta que el pedido eterno a sus músicos era hacer, en primer lugar, lo que sabían, y luego, lo imposible sobre eso, porque así, finalmente, “el gran arte y la música se hacen realidad”.

1970 / Foto Glen Craig
En su libro Miles Davis y Kind of Blue, el historiador musical Ashley Kahn plantea que cuando hablamos de esta obra estamos hablando de algo más importante que del origen del jazz modal, “Miles y los suyos se inventan una manera de sonar muy austera, que recorta los acordes y sus progresiones. Un estilo aparentemente simple y pobre pero muy rico en intensidad y sentimiento, donde el músico fía parte de su suerte a la improvisación. Con el jazz modal el tempo se ralentiza y se demora. A todo esto, hay que añadir el sonido escueto y tenso de la trompeta de Davis. Se trata en definitiva de economía de medios, pero riqueza de pasión”.
A pocos meses de cumplirse 60 años del lanzamiento, ya sabemos de memoria que ninguno de los protagonistas se dio cuenta en ese momento de lo que estaban haciendo. «Empezamos a notar algo distinto a medida que pasaba el tiempo y el disco se seguía vendiendo, seguía siendo noticia y era una conversación prácticamente obligada a tener”, recuerda el baterista Jimmy Cobb, y concluye en que “si Miles hubiera tenido un pequeño indicio de lo que estaba sucediendo hubiera pedido un montón de dinero y cuatro Ferraris en la puerta del estudio. Esa era la manera en la que pensaba las cosas”.
60 años es también la oportunidad de equilibrar los tantos y repatriar la magnitud que construyeron esa unidad de nombres, talentos y personalidades. Porque está claro que Davis no lo hizo solo, aunque él mismo, amparado en ciertos privilegios narrativos que le concedían y el andar tan cómodo entre blancos que le facilitaban su coronación, se haya ocupado de no desconcentrar con justicia las flores recibidas y, más bien, de tomar distancia de sus colegas cada vez que lo creyó conveniente. Como si un disco de jazz fuera el disco de un solista pop, solamente cierto público puede creer que el mérito es exclusividad individual.
Para más, estamos hablando verdaderamente de un dream team con el saxo libre, iluminado y espiritual de ese Dios caminante que fue (es) John Coltrane, el piano sensual y profundo de Bill Evans, que compartiría rol con el exquisito Wynton Kelly, con «Cannonball» Adderley aportando el sonido barroco de su saxofón y Paul Chambers, de quien se decía que tocaba el contrabajo como lo haría un ave, por su delicadeza y fluidez. No habría Kind of Blue sin ellos, los que al momento de la grabación se llevaron unos pocos dólares, siguiendo la lógica imposible de la época.
Para las conversaciones que tuvo con Quincy Troupe, pensadas directamente para su autobiografía, comentaría que el título lo eligió porque quería describir la naturaleza agridulce de ser negro en USA. También se refiere a que su búsqueda, en cuanto al concepto del disco, había sido guiada por el deseo de volver a una sensación de la infancia, a sus 6 años, cuando recorría el largo y oscuro camino que separaba a la iglesia de su casa, y lo hacía con el alma llena de góspel. Más allá de estas palabras, guiños totales a la comunidad negra con intenciones por demás comerciales, más allá de las tantas anécdotas que hay en cuanto a sus reacciones con gracia y altura frente al racismo, es imposible hacer la vista a un costado en cuanto a la especulación con la que encaró estos temas, sobre todo en plena era del Black Power, con una escena del jazz totalmente atravesada por esas expresiones y él redoblando los esfuerzos para mantenerse ajeno a ese clima.
Podríamos compararlo, en una comparación sostenida con pinzas, con James Brown, porque si bien Davis no llegó para nada a tener un perfil politizado, y sus orígenes son extremadamente diferentes, sus manifiestos y marcas de consignas se dieron desde sus vivencias, no pensando en un colectivo, y siempre en contradicción a la manera de actuar con sus pares, quienes lo delataban individualista, traicionero, una bomba de tiempo pedante y tanto más. De hecho, Troupe explotaría su cercanía publicando otro libro más, Miles and me. Una vez conocidas las grabaciones y transcripciones originales del material sobre el cual se escribió la autobiografía, Troupe haría malabares cada vez que se le preguntaba por su vano afán de «africanizar» las reflexiones del trompetista, notoriamente alejado de las bases sociales y del espíritu de la época, algo que el biógrafo quiso desinstalar o suavizar, como si eso fuera posible.
Nacido en el corazón de una familia de clase media, hijo de un odontólogo y una profesora de música, que lo quería violinista, la realidad del ser negro en USA lo sorprendió recién sobre el final de la adolescencia, cuando salía en busca del sueño dorado de encontrarse con Charlie Bird Parker, líder de la revolución del bebop. Pero, sin dudas, la gran confirmación de la tragedia inminente le llegó en pleno goce del éxito de Kind of Blue.

NY, 1969 / Foto Don Hunstein
Había terminado una presentación en el Birdland cuando salió a acompañar a una mujer blanca a que se tome un taxi. En ese momento fue interceptado y golpeado brutalmente por los oficiales Gerald Kilduff y Donald Rolker, quienes lo habían invitado a retirarse, a lo que él respondió señalando su nombre iluminado en la marquesina. El hecho fue noticia y sus fotos con el traje manchado de sangre y la cabeza vendada -luego de haber recibido 5 puntos- coparon los diarios. “Esto cambió toda mi vida y mi actitud, me hizo más amargo y cínico, justo cuando empezaba a sentirme bien con las cosas que estaban cambiando en mi país”, diría aplicando justamente parte de ese cinismo e irritando a todos los que sabían que había rechazado una y mil veces la demanda de los movimientos de derechos civiles y los partidos revolucionarios, los que buscaban algún tipo de colaboración discursiva o un espacio en sus conciertos para ellos intervenir y así aprovechar su gran llegada al público blanco.
Por lo ocurrido esa noche Davis fue arrestado bajo la acusación clásica, la de haber alterado el orden público. Si bien los cargos fueron desestimados al poco tiempo en la corte, estuvo temporalmente suspendido para trabajar como músico, lo cual apresuró la separación de la banda con la que habían hecho historia sin saberlo.
Hoy, 26 de mayo, hubiera cumplido 93 años. Nos lo seguimos imaginando insólito en sus esperanzas creativas y con la disrupción siempre bajo control, sin perder de vista que su paraíso fue construído principalmente sobre el aplauso blanco, el que lo declaró el más grande de todos los tiempos. En palabras de Don Cheadle, su mejor representación y su lector más original, la admiración llega con mayor cautela y así sí encontramos cierta representación: «simplemente un loco, como todo gran artista, porque hay que estar loco para poder hacer las cosas que él hizo».
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