Black Cowboys #1

Por Tomás Rua y Barb Pistoia. 

Mientras que los hombres montados a sus caballos y trabajando duro fueron símbolos profundamente arraigados a innumerables culturas en todo el mundo y durante siglos, el vaquero estadounidense se convirtió en su propia figura mítica.

Nacido prácticamente junto a la nación, asentó y expandió su figura por los ranchos del Oeste, para luego celebrarse en la figura de los sheriffs y universalizar su personalidad tomando protagonismo en las películas clásicas de Hollywood. Con su sombrero y botas, sus jeans desteñidos, los pliegues de cuero o retazos de pieles, y otras varias convivencias de texturas, a lo largo de los años, los cowboys se convirtieron en un cliché de masculinidades robustas y autosuficientes, donde la libertad gloriosa de la tierra indomable e implacable florecía en la reserva poética de su carácter romántico.

Artísticamente, el ideario americano de su figura fue descripto por muchos fotógrafos. Artistas como Kurt Markus y Hannes Schmid, de quien heredamos a su alumno y apropiador más famoso, el irreverente Richard Prince, atravesaron la anatomía vaquera, la descompusieron y volvieron a componer de acuerdo con las diferentes épocas y sus relatos. Hicieron, en definitiva, una y otra vez, una apuesta icónica que los acomoda bajo la mirada pop, la que, para más, los toma, explora y los convierte en muchas otras cosas. Bueno, el pop hace que todo se coma a sí mismo, incluso al pop.

En tanto, en paralelo, por debajo, encima y por los márgenes de la historia, están los vaqueros hispanoamericanos, los nativos americanos y los afroamericanos, quienes se encuentran con una relegación en común, como si no existieran, como si no hubieran sido sistemáticamente afectados por todo aquello que representa la idea mítica del único cowboy posible, el blanco.

Es desde esos suburbios históricos y culturales que surge el ensayo fotográfico Black Cowboy. Sin perder su sentido artístico y con una clara brújula de exploración sobre los protagonistas olvidados, no hay en este trabajo colectivo una ambición documentalista ni testimonial consciente, aunque irremediablemente suceda, sino que más bien es una consideración contemporánea que se atreve a redefinir el rol y humanizar esa figura hegemonizada hasta ser plástico. En otras palabras, Black Cowboy es lo que acontece por fuera del republicanismo conceptual (lo idílico, como tal), de la inspiración de consumo y, en términos generales, de los vaqueros blancos. Más aún, y quizas este sea su punto más fuerte, amplifica la idea de lo cowboy como algo meramente masculino e individual.

Lo cowboy tiene tales raíces en la comunidad negra que resiste al tiempo y al estereotipo en su composición familiar, en la intervención social y cultural, en definitiva, en la organización. Ese destino condenado de la vinculación no meramente afectiva, sino como construcción política, que los tercermundismos no podemos darnos el lujo de patear. Por esto mismo, la fortaleza de la colección la encontramos en esa intimidad comunitaria que hace tradición sin quedarse aferrada a ningún viejo farol. La pertenencia al paisaje es otro de los rasgos que llamó la atención de los fotógrafos, los que abordan la idea de inclusión lejos de la demagogia actual, más bien, están perfectamente cuidados de no caer en esa máquina de carne que hace a los consumos icónicos una caricatura. Es ahí donde la cultura Black Cowboy nos estalla en la cara con su ADN, tanto más allá de los habituales pastizales y de las bombas de polvo espontáneas luego de los rodeos salvajes. Tanto más acá de una hermandad que sabe demasiado sobre la tierra de este continente.

Ver Black Cowboys #2

Notas: Este texto está basado en la presentación que hizo Loring Knoblauch para el ensayo fotográfico expuesto en el Studio Museum de Harlem. Ampliando cada fotografía se pueden ver los autores.