Here, My Dear

Marvin Gay Sr. era un ministro de iglesia. Había nacido en una granja de Kentucky y fue criado en una familia azotada por la problemática de la época, pero, además, bajo la violencia indomable de su padre. Su adolescencia transcurrió en Lexington, donde se acercó a la iglesia Casa de Dios y comenzó su carrera religiosa, la que lo llevaría a Washington. Y es en Washington donde un 2 de abril de 1939 nace su hijo, “sentí la grandeza y la bendición de tener un varón y de que lleve mi nombre”.

Casado con Alberta Cooper, la familia nunca pudo vivir en paz. Replicando lo que sucedía en su casa de niño, la idea de control y la violencia que el ministro fue ejerciendo se volvió feroz con los años, cada vez más imprevisible. Así y todo, Marvin Jr. declararía que fue gracias a él que supo encontrarse con la música y reconocer lo que quería hacer, pero también advertía que era un hombre al que le tenía miedo, “todavía puedo sentir el dolor físico de sus golpes y el desprecio en sus palabras”.

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Foto de Jim Britt

Su adolescencia se la pasó cantando en iglesias, pero en cuanto el góspel comenzó a rozar el soul sintió que ese era el camino que debía tomar. Una de las primeras definiciones en esa dirección fue agregarle una E al Gay queriendo evitar cualquier asociación con su padre y su religiosidad.

Carismático, sensual, con una de las voces más dulces y un sentido por demás intuitivo para volverla salvaje y jadeante, Marvin Gaye decidió cambiar su historia de violencia familiar y salió a conquistar a todo aquél que quisiera escucharlo. Y la conquista fue tal que llegó justo a tiempo para la apertura de Motown y con él, el nacimiento de un nuevo sonido que lo tuvo como protagonista fundacional.

Si bien su nombre para todo el público comenzaría a hacerse conocido en 1962, de la mano de Hitch Hike, los años previos fueron pura realización siendo baterista de sesión para leyendas del nivel de Stevie Wonder, The Supremes, The Marvelettes y Martha & the Vandellas. El científico detrás de ese sonido que nos envuelve, de ese ADN irresistible y erógeno, es Marvin Gaye.

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Foto de Jim Britt

A lo largo de la década se cansaría de coleccionar éxitos y se movería entre el soul y el R&B -y más adelante por el funk- como pez en el agua; pasaba de invitar a bailar a toda la familia a hacer temas hipersexualizados y, entre unos y otros, siempre se hacía el espacio para compartir su mirada política. En cualquiera de los casos, lo hacía de manera ardiente y filosa, pasional. Inescapablemente concentraba en él todo el ideario de la cultura negra del renacimiento, y por eso representaba a la perfección a esas nuevas juventudes que encendían las calles. Lo que de forma directa y punzante incomodaba por demás a las generaciones conservadoras; también, claro, a su padre.

Durante la década del 60 fue una de las voces más buscadas para los duetos. La generosidad con la que se ensamblaba y su groove aportaban calidad y profundizaban el sonido Motown, ese mismo que él había compuesto una y otra vez, por lo que también conocía los márgenes por donde moverse para no agotarlo y que siempre suene renovado e inspirador.

Pero sin dudas su gran compañera fue la cautivante Tammi Terrel, tan carismática y fresca como él, tan seductora y vocalmente perspicaz, funcionaban como almas gemelas y eran explosivos. Durante más de tres años mantuvieron a todo el país a sus pies, dejando hits inolvidables como Ain’t No Mountain High Enough y If I Could Build My Whole World Around You.

A este clímax de éxtasis profesional y personal lo alcanzaría su propia tragedia cuando le encontraron a Tammi un tumor cerebral. La cantante falleció en marzo de 1970, tenía 24 años. Marvin nunca pudo superarlo. La relación fraternal y cómplice que tenía con Terrel lo ayudaba a menguar el dolor y una desesperación crónica a la cual le costaba darle dirección.  

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Marvin & Tammi fotografiados por Gilles Petard

Se suele hablar de una década del 70 con altibajos, así como también de un gran poder de autodestrucción. “Ya no canto por placer, no grabo por deseo, es un compromiso con mi gente. Siento que tengo que cantar para alimentar a las personas que trabajan conmigo y para alimentar el alma de todos los que están pasando este mal momento, es lo menos que puedo hacer cuando escucho mis canciones en las manifestaciones”, repetía prácticamente como un mantra, aunque pocos hayan querido leer el entre líneas de esta reflexión.

Ergo, yo prefiero hablar de un Marvin Gaye siendo un cuerpo en llamas gozando de su propio calor, pero también con una vida en llamas. El choque de esos fuegos interiores no se rendiría frente a las alertas constantes de su pulsión en un contexto que lo aclamaba, con un clima político desbordado y palpitando el duelo de una lucha revolucionaria que poco a poco iba a quedar, como aspiraba el FBI, «neutralizada». Pero en ese mientras tanto, no hay casualidad en que estos sean los años que, resistiéndose a salir de gira, tomando compromisos y luego incumpliéndolos, se haya volcado sin matiz a acompañar a los movimientos y partidos revolucionarios. Cuando dicen que en estos años fue un tipo olvidable y/u olvidado, están dejando de lado que fue uno de los que levantó el puño en alto aún chocando su cabeza contra una pared. Lucha afuera y adentro, con sus propias batallas imposibles frente a la depresión, el alcohol y las drogas, el tipo se hacía cargo de una generación que lo elegía y ponía como bandera. Su relación popular fue la única relación que pudo sostener con fidelidad, con entrega sin intermitencias.

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Fotos de Jim Britt

Los 80 arrancaban brillando con el fogoso Sexual Healing. Había logrado salir airoso de los conflictos creativos y de la agenda impuesta por Motown, incluso venía de lograr picos extraordinarios de popularidad con ese himno de amor que es Let’s Get It On. Así y todo, era hora de un cambio profundo, de dejar atrás no solo sus fantasmas, sino los espacios en donde pudieron hacer pie, por lo que a esta flamante década llegaba de la mano de Columbia. Y con ellos sacaría su último disco, Midnight Love.

En ese mismo plan de cambiar hábitos y tomar decisiones que acompañen su renacimiento personal, con ansias de un estabilidad definitiva, decide combatir sus adicciones con disciplina. Una disciplina siempre asociada a la casa familiar, por lo que decide volver a vivir con sus padres. Habían pasado unas cuantas décadas sin compartir el día a día, también largas estadías en las que ni siquiera tenían relación fluida. Desde la última convivencia a la que comenzaba a partir de ahora, Marvin Gaye supo ser amo & señor en Estados Unidos y en las grandes ciudades europeas, en donde más de una vez buscó anonimato y soledad con el anhelo de sentirse libre, de sacarse de encima todo lo que implicaba ser él. Perderse en un continente desconocido para perderse uno, para desconocernos y liberarnos de eso que somos o nos dijeron que éramos. Si el yo es una construcción, la destrucción parecía ser un plan para ese Gaye que no toleraba el dolor de un mundo personal ni del mundo colectivo.

Sin embargo, no pasó demasiado tiempo para confirmar que nada había cambiado entre esas paredes familiares. Las discusiones no se harían esperar, se volverían constantes, insoportables y las agresiones subirían de tono hasta alcanzar el modo de lo irreversible. El 1 de abril de 1984, un día antes de cumplir 45 años, su padre decidió ponerle fin a una discusión disparándole. Minutos antes habían llegado a golpearse, por lo que, cuando tuvo que dar explicaciones, el ministro Gay acusaría que fue en defensa propia. “Siempre lo odió, nunca lo quiso y no quería que nadie lo quisiera”, declaró Alberta, quien recién pudo separarse del reverendo cuando se confirmó que ese disparo había acabado con la vida de su hijo.

Marvin Gaye supo elevar a todos los de su tiempo, pudo surfear por los climas de una época en la que parecía no haber mañana para todos, pero, de igual manera, se ponía en juego la vida por un mañana mejor, con la desesperación por llegar a ese mañana. Fue uno de los hombres más humanos, adorados, talentosos y esenciales de la música, por eso se piensa en presente, pero es en esa desesperación propia alimentándose de la desesperación colectiva que también es imposible no pensarlo a través de la cultura afroamericana y el activismo, los que, en un recorrido a la inversa, también nos llevan a él. El tipo que todo lo podía mientras lo sostenían millones de brazos hermanos pero que no pudo, como la mayoría de los mortales, escapar de la constelación familiar.