
Fotos Chantal Anderson
“Tenemos que existir entre las multitudes”, pensó, y eligió llamarse Noname para salir a un mundo, más allá del propio, que se babea por la solemnidad, la tibieza y la literalidad.
La forma de existir entre multitudes, sobredosis de información, infinita música y accesos que se multiplican por segundo es ser conscientes de que no queda casi nada por inventar, y ese “casi” pone toda la exigencia en nosotros mismos, en nuestras particularidades: nuestra forma de vivir lo que sea que vivamos, nuestra manera de contarlo. O sea, discernimiento, sentidos y cuerpo, tres campos que, a priori, son tabúes en un mundo que oprime desde todos sus ángulos con tipos opresivos tan sutiles que hasta se nos permite creer que “empoderamiento” es la palabra y la actitud del momento.
Ese Noname, que deja de lado su nombre de natalicio, Fatimah Warner, y rompe con el ritual del apodo épico u ostentoso, también es un grito de no etiquetas, lo que termina siendo un fuck off a todos los manuales de música urbana y, más aún, música urbana y chicas. Ese despojo de los vicios del ambiente y la distancia con la que se para frente a la crítica tienen un respaldo sólido: una obra con peso propio que vislumbra la profundidad de su proceso creativo, un proceso que no reconoce márgenes para poder lograr una realización absoluta; esto es un mix entre lo callejero y lo espiritual.
La jovencísima maravilla nacida en Chicago aporta frescura a una escena demasiado acostumbrada a lo majestuoso y tan apresurada que por momentos parece olvidar la importancia de la narrativa en el hip hop. Ella vuelve a esa fuente esencial de la época dorada, con la poética colaborando profundamente con la melodía, y aporta rebelión, humor y un nivel de inteligencia filoso, crítico y duro, que, al atravesar los campos más oscuros y realistas, tanto personales como colectivos, encuentra en las bases jazzeras y souleras el oxígeno para no ahogarse(nos).

Room 25 (2018)
Por todo esto es que Room 25, su segundo disco, es un disco perfecto para las tardes rosas, pero también para entregarnos a las tardes de tormentas, dejarnos empapar, darnos el permiso de salirnos del traje que nos hayamos autoimpuesto. Son apenas 35 minutos que llegan justo para esa hora mágica en la que, aunque no podamos hacerlo, algo en nosotros anhela un instante de alineación con el todo que nos rodea, porque dárnoslo nos permite, a su vez, como un bálsamo, una ráfaga de fantasía, de fe.
Noname es la gota de agua que cae en la piedra y la perfora a fuerza de dulzura y lucidez, y aunque recién tengamos este puñado de canciones, sumado a los de Telefone (2016) y algunos singles más, el efecto afectivo con el que nos ha asombrado estos años desde sus rimas funcionará como un eco fértil mucho más allá de lo que podamos medir el tiempo nosotros.
Un tiempo que entre las multitudes corre demasiado rápido, se vuelve vacío y nos quiere hacer creer que todo es ahora y fugaz.
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