Uno de los últimos enojos de Etta James antes de morir fue con Beyoncé tomando el papel de ella en Cadillac Records, “ella es una burguesa, yo era guarra y tenía la arrogancia de la supervivencia, y es una dama, por eso la toman como un modelo a seguir”. Para más, la película desconfigura su historia y dramatiza románticamente sus complejidades, porque abarcarlas sería atentar contra la taquilla deseada y enredarse en los entramados raciales, políticos y culturales.
Etta James nació en enero de 1938 en Los Ángeles, su familia venía huyendo hacia ese oeste prometedor dejando atrás la brutalidad Jim Crown. Prácticamente no supo nada de su padre durante toda su crianza inicial, aunque posiblemente era un hombre blanco y, también posiblemente, fuera el jugador de billar Rudolf Wanderone, una conclusión a la que llegó partiendo de discusiones con su madre, semi ausente, un poco por necesidades laborales y otro poco por esas cuestiones existenciales no ajenas a los contextos económicos y sociales. Con ella la relación se sostuvo en el tiempo entre el desprecio y la compasión.
En Rage to Survive, su autobiografía, cuenta que todavía no era una adolescente cuando decidió su destino; esto era que nunca podrían faltarle el canto ni los hombres negros homosexuales, “eran ángeles cuando cantaban y eran encantadores a la hora de las charlas, las más secretas y las de los chismes, me gustaba escucharlos hablar sobre cómo veían a las mujeres y al mundo». A ellos y al canto llegó por su participación en la iglesia bautista del barrio, donde también se formó. Pero la joven Etta sabía que había otra realidad, y esa realidad latía en las calles. Así que se lanzó hacia la adolescencia mudándose a San Francisco, desde donde comenzaría a escribir su historia.
Su primera marca musical por fuera del góspel fue The Creolettes, un grupo de doo wop que terminaría llamándose The Peaches y grabando en Modern Records. Ese registro fue la previa para el salto hacia lo que intenta fallidamente contar la película de Darnell Martin, que tiene, además de como actriz en su papel, a Beyoncé como productora.
La década del 60 la inaugura, entonces, firmando con el mítico Chess Records y lanzando At Last!, su álbum debut, y también el más recordado y popular, como si hubiera arrancado por el clímax de su carrera. Temas como Love to you o A Sunday Kind of Love son himnos para fechas del tipo San Valentín, algo que la haría renegar en más de una ocasión despreciando toda la cursilería barata e invitando a que la escuchen bien, a que intenten leer cómo en su voz “llevo el barro, tomo esas melodías para sacudirlas con mi barro».
At Last! salió cuando ella tenía 22 años y otra decisión clara, no sería nunca una mujer modelo, no sólo porque descreía del rol, sino porque serlo implicaba dejar afuera a lo que sucedía en las calles. Así como rechazó esa posibilidad de ser la chica talentosa y brillante de su iglesia, también lo hizo en todos los escenarios a los que se subió, “quería ser una perra y ladrar, la perra Etta, la que ladra para sacudirte, realmente quería ser todo lo que en esos ámbitos consideran desagradable”.

Etta James en Fame Studios (Alabama, 1967) / Foto Michael Ochs Archive
Su pelo rubio platinadísimo, sus cejas extraordinariamente finas y negras y ese delineado felino eran una manera de mostrarse aliada a las trabajadoras sexuales y drag queens del momento. Su constante afán por permanecer real y leal con lo que sucedía en la calle la llevó a experimentar con heroína, una experimentación que, por supuesto, salió mal y se convirtió en la lucha de su vida.
Su primer acercamiento con la heroína fue en un marco de representación y homenaje a Billie Holiday, pensó que si ella lo hacía, “la verdadera chica mala, la verdadera encantadora”, ese estaría siendo el camino correcto hacia ese clima de desorden y cultura urbana que deseaba forjar, un deseo que latía más fuerte que el de mantener una carrera. No pasó mucho tiempo para que toda esta visión se convierta en puro dolor, la propia Holiday moría en un hospital bajo la única compañía de su perro, y sus amistades más cercanas también comenzaban a perderse. Entre ellas Destiny, drag queen afroamericana, y Janis Joplin, por quien Etta sentiría responsabilidad de su sobredosis.
Pudo disfrutar de algunos tiempos esperanzadores antes de la muerte de Leonard Chess. Ya sin él, todo comenzó a derrumbarse, pero no por él como hombre, sino porque sin él el sueño potencial que la discográfica ofrecía quedaba en la nada. Tuvo una vida de sensaciones frustradas y tardó tiempo en darle forma a esa frustración, que nada tenía que ver, como plantea la película, con la situación de abandono de su padre y su condición de “mestiza”, y sí tenía mucho que ver con la complejidad de sobrevivir bajo el racismo y sexismo, siendo madre soltera y sin querer ceder en espíritu propio. Esto que le dolía en todo el cuerpo se traducía automáticamente en aumentar aún más sus dosis de heroína. Es un dolor prácticamente compartido con todas las grandes voces negras de la época, la misma Holiday o Nina Simone, entre ellas.
En medio del caos conoció, selló alianza y levantó el puño con Malcom X y Muhammad Ali, lo que la llevó a sumarse al Islam, «mis prácticas religiosas podrían haber sido erráticas y mi locura seguramente superó mi piedad, pero durante diez años me llamé musulmán».

Muhammad Ali & Etta James / Por Lynn Goldsmith
Mantuvo relaciones tormentosas y atormentadas. Su vinculación amorosa con Chess, planteada en la película Cadillac Records, fue negada tanto por ella como por el hijo de él. Más de una vez declaró que se mantuvo viva gracias a la comunidad gay, “me dieron escenarios, abrazos y alimento”. De hecho, Life From San Francisco, lanzado a mediados de los 90, fue grabado en un bar gay a principios de los 80, momento que en su libro describe como desgarrador, como una premonición de todo el dolor que traería el HIV.
Trabajó hasta lo último que le permitieron el alzheimer y la leucemia, por la cual murió. Trabajó por necesidad, cantaba en lugares chicos, no por esa fantasía del artista que quiere morir en el escenario. No había sido compositora y nunca hizo pie en ninguna discográfica, que, tal como sabemos, no se caracterizan por ofrecer garantías y beneficios a los artistas. Por eso su enojo con la película y su dolor tan profundo por la selección hecha por Obama para que Beyoncé esté en su asunción del 2009 interpretando los temas que ella hizo conocida, pero, sobre todo, por eso su ambición por mostrarse exactamente enfrente de lo que Knowles representa.
Su legado musical es un catálogo exquisito de blues, jazz y R&B, pero su legado como mujer, siendo todo lo descarada y salvaje que fue, con las luces y sombras estandarizadas de lo humano, y a pesar del precio altísimo que se paga gambeteando el deber ser, es excepcional, inspirador y un recordatorio necesario en un mundo demasiado fanático del orden y el status, y esto incluye a las rebeldías condecoradas por el sistema que nos revelan lo obvio: que no fueron lo suficientemente a fondo como para incomodar al poder ni para conmover a las calles, en donde la realidad es tan voraz que se come todo posicionamiento en falso, porque las buenas intenciones nunca alcanzan, jamás representan y no empujan por un verdadero desarrollo social y cultural.
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