Mayo, 1871. En la Convención de Mujeres de Ohio, Sojourner Truth se paró y dijo espontáneamente un discurso que, más allá de las reflexiones religiosas y muy de época, pasaría a la historia por la fuerza testimonial y por cómo la pregunta que plantea reiteradamente refleja la complejidad en la que se compone la idea de mujer, clase y raza:
«Bueno hijos, cuando hay mucho alboroto es porque algo está pasando. Creo que tanto los negros del Sur como las mujeres del Norte están todos hablando de derechos y a los hombres blancos no les quedará más que ceder muy pronto. Pero, ¿de qué estamos hablando acá?
Ese hombre de ahí dice que las mujeres necesitan ayuda para subirse a los carruajes, para cruzar las zanjas y que deben tener el mejor sitio en todas partes. ¡Pero a mí nadie me ayuda con los carruajes, ni a pasar sobre los charcos, ni me dejan un sitio mejor! ¿Y acaso no soy yo una mujer?
¡Mírenme, miren mi brazo! He arado, plantado, cosechado y ningún hombre podía superarme. ¿Y acaso no soy yo una mujer? Puedo trabajar y comer tanto como un hombre, si es que consigo alimento, y también puedo aguantar el latigazo. ¿Y acaso no soy una mujer? Parí trece hijos y vi como cada uno de ellos fue vendido como esclavos, y cuando lloré junto a las penas de mi madre nadie, excepto Jesús Cristo, me escuchó. Y yo ¿acaso no soy una mujer?
Entonces hay que preguntar qué es lo que tienen en la cabeza. ¿Qué significa eso? [Alguien de los presentes responde “intelecto”] ¡Exacto! ¿Y qué tiene que ver todo esto con los derechos de las mujeres y de los negros?
Si mi cántaro solamente puede contener una pinta y el de ustedes un cuarto, ¿no piensan que es muy egoísta de parte de ustedes no dejarme tener mi pequeña mitad llena? Entonces, ese hombre vestido elegante que dice que las mujeres no pueden tener tantos derechos comos los hombres porque Cristo no era una mujer, ¿de dónde cree que vino Cristo? ¿No vino acaso de Dios y de una mujer? El hombre no tuvo nada que ver con su nacimiento.
Gracias por haberme escuchado, ahora la vieja Sojourner no tiene más nada que añadir».
Su verdadero nombre era Isabella Baumfree, nació en 1797 ya siendo esclava en Nueva York. Fue vendida en cuatro ocasiones, hasta que, finalmente, en 1826 pudo escapar, con una de sus hijas que aun era una bebé, y refugiarse con una familia abolicionista. Al ser encontrada, la familia pagó por su libertad 20 dólares.
La década siguiente la empezó ya siendo reconocida como una buena oradora y ganó protagonismo en las rebeliones que se gestaban en las iglesias para liberar esclavos o ayudarlos a recuperar a los hijos vendidos. Para mediados de la década del 40 decidió cambiarse su nombre por sentir que estaba destinada a contar la verdad de su comunidad. Como nunca había aprendido a leer y a escribir, en 1850 decidió empezar a dictarle a Olivert Gilbert su vida como esclava y abolicionista, además, contaría diferentes historias y escenarios de los tiempos. A partir de esta publicación el reconocimiento entre afroamericanos y abolicionistas la haría ir ganando lugares, generó alianzas y espacios de debate importantes, sumándose, también, a las campañas sufragistas.
Fue la primera mujer negra en ganar una demanda a un hombre blanco, al que denunció luego de que no la dejara subir violentamente al tren. Esto fue promediando la década de 1860, década que terminó presentando proyectos y organizando a los movimientos para que el Congreso le entregue tierras a los esclavos que iban siendo liberados. Nunca recibió respuesta.
Falleció en 1883, prácticamente sorda y ciega en Michigan, donde pasó sus últimos años.
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